jueves, 15 de noviembre de 2012

El cielo era totalmente de color negro. La noche más tenue que recuerdo. El sonido solo era silencio; con sensación de frío, como otoño, pero con olor a verano. Ambiente húmedo, sin vaho. En el cielo, se podían ver todas y cada una de las constelaciones. Sentada sobre el capo, todavía caliente, de tu mano. Es tan dulce tu compañía. Y el espacio se estrecha sutilmente, no buscamos culpables, no los necesitamos. Es gracioso como se dibujan a la vez nuestras sonrisas, entre tímidas y provocadoras, como seductores principiantes. Mientras el estómago no sabe que más hacer para no explotar por los aires; el corazón, un nudo, todo un lío. Es imposible que no nos besemos. Acercas tus labios a los míos y de repente, un escalofrío. Llega. ¿Un segundo, mil años? Nadie sabe cuanto duran los besos. El tiempo cesa, una mirada profunda; una caricia tierna, el movimiento y la fricción de tus dedos sujetando mi piel. Debo agarrarte justamente detrás, por la nuca, para tenerte aún más cerca y traducirte todo aquello que no puedo decirte con palabras. Atrapada entre tus brazos, abandonándome a tu nada. Nada mejor. Sentirte. Como si en todo esto, perdiéramos nuestro último aliento. Y así es como termina mi sueño.

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